LA SABIA DE CORIA

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CAPÍTULO XXIV

CONSIDERACIONES SOBRE ARROBAMIENTOS, ÉXTASIS, REVELACIONES Y SUS EFECTOS


1.     Orad meditando porque la oración meditada, siguiendo los estudios e instrucciones recibidas, es la que os ha de poner y os hará avanzar en el camino de perfección de unión de amor con Dios. Cuando estéis meditando sobre la grandeza y gloria de Dios y sobre vuestras vidas llenas de miserias alcanzaréis un conocimiento infundido de la grandeza y gloria de Dios que aumentará en vosotras el deseo de amar y servir al prójimo y de hacer buenas obras por amor, sin interés, sin miedo al castigo y dejando a un lado del camino de perfección el amor a vosotras mismas y a las cosas del mundo. Y estos buenos servicios y obras, sumados a los infinitos méritos de vuestro esposo Jesucristo, los ofreceréis al Padre, en forma de bienes gananciales, para poder alcanzar el mayor estado de perfección que es el matrimonio espiritual con Dios.


2.     Sabed que, cuando vuestras almas descubran mediante toques o vislumbres la grandeza y gracia de Dios, os serán infundidas en lo más profundo e interior del alma, con tanta fuerza que sólo Dios puede infundir, grandes efectos que os harán salir el alma de sí por arrobamiento o éxtasis, lo cual sucede al principio con gran quebranto del cuerpo, tan exteriorizados que si no ayudase Dios, se acabaría la vida porque no lo resistiría vuestra condición humana, ya que las almas que lo experimentan sienten salir el alma del cuerpo, siendo levantado libremente al recogimiento sobrenatural para comunicar sólo con Dios y se deja de sentir el cuerpo porque el alma se olvida de animar al cuerpo y éste queda desfallecido, debilitándose o incluso parándose la respiración y el pulso; queda pálida y fría la piel y no se puede hablar, ni ver ni oír; desaparece el tiempo y el espacio. Todos los sentidos y potencias se pierden porque los tendréis en Dios. En definitiva, el alma os quedará unida por amor a Dios y Dios unido por amor a vosotras. El alma no entiende lo que le ocurrió y mucho menos sabe decirlo para que se le entienda, pero ve claro y con seguridad que es verdad y no cosa soñada, que alcanzó la unión de amor con Dios y que Dios estuvo en ella y le dio un toque de divinidad para siempre.


3.     Sabed que el Señor os puede hablar mediante revelación, obrando en vuestras almas grandes señales o efectos. Aquí también, como en el arrobo, se duermen todos los sentidos y potencias del alma al mundo para ver o escuchar solamente a Dios, y el alma siente: Solos Dios y yo, solos yo y Dios.


4.     Sabed que cuando Dios habla al interior del alma, las palabras se oyen fuertes y claras y dan a entender mucho más de lo que dicen, y como efectos, el alma siente una gran paz, luz, sabiduría, un gran conocimiento de la grandeza y gloria de Dios que la hace sentirse más miserable y con un gran deseo de amar y servir a Dios y olvidarse de sí misma y de todas las cosas del mundo. El alma no entiende lo que le ocurre y mucho menos sabe decirlo para que se le entienda. Estos efectos que Dios produce en el alma sirven para diferenciarlos de las cosas soñadas, imaginadas y obradas por el demonio. También le queda al alma una certidumbre y seguridad de que fue Dios quien le habló y que ella estuvo con Dios y que, aunque las cosas le vayan en contrario de lo que entendió, no se olvida de aquella comunicación y cree que Dios ha buscado otros caminos secretos que los humanos no entendemos para hacer lo que entendió o se le infundió.


5.     Aprended a diferenciar bien los efectos que produce la visión o revelación cuando son obra de Dios de los que produce la melancolía. Sabed que la melancolía es un mal que nubla la razón y altera la imaginación de algunas religiosas de tal manera que parte de lo que piensan les parece que lo oyen o lo ven. Este mal afecta más a las religiosas mal formadas, débiles, poco humildes y algo vanidosas. La melancolía ha de ser tratada a tiempo y adecuadamente, porque además de apartar del camino de perfección a quien la padece, también es un peligro para todas las demás compañeras del convento.


6.     Sabed que para que tengáis la certeza de que lo dones y efectos alcanzados por vuestras almas son obra de Dios tenéis que hacer un estudio comparativo o diferencial con otras causas posibles en base a estos hechos seguros y claros:

- La unión de amor con Dios obra en el alma humildad; y el demonio obra vanagloria y soberbia.

- La unión de amor con Dios obra en el alma paz, consuelo y tranquilidad; y el demonio obra turbación e intranquilidad.

- La unión de amor con Dios obra en el alma pena sabrosa; y el demonio no tiene poder para obrar pena sabrosa, ya que sus penas siempre son rabiosas y coléricas.

- La unión de amor con Dios infunde efectos que solamente Él puede infundir en el alma: luz, sabiduría, un gran conocimiento de la grandeza y gloria de Dios, aumento de las virtudes, fortalecimiento de los deseos de amar, servir, padecer y de olvidarse de sí mismo y de todas las cosas y apetitos del mundo y el demonio obra todo lo contrario, porque no puede obrar efectos virtuosos contra sus propios intereses, haciendo que las almas virtuosas amen y sirvan más y con mayor entrega y humildad a Dios.

      Las otras posibles causas de efectos en el alma, melancolía, sueño, antojo, que pueden llegar a parecer, sobre todo a las principiantes, unión con Dios, al no producirse en el interior del alma, no obran los efectos sobrenaturales de la verdadera unión de amor con Dios, de la oración de unión, las revelaciones, arrobos o éxtasis. El alma os quedará, en definitiva, unida por amor a Dios y Dios unido por amor a vosotras.

ORACIÓN

¡Oh, Señor mío! No retires tus manos de mí y protégeme siempre.

¡Oh, Dios mío, dueño de mi alma! Ésta ha de ser la última vez que en vida mortal he de gozarte sacramentado. Quiéreme misericordioso sin mirar lo poquito que soy, sin atender a mis culpas y miserias y concédeme que te goce en la bienaventuranza.

Cuento dichosa los instantes que me quedan para acabar esta vida terrenal, desuniéndose mi alma de mi cuerpo miserable, y también cuento los favores, regalos y misericordias que aquí, en la tierra, me has hecho y te debo. Óyeme benigno y concédeme un poco de tu infinita misericordia.

Juez de mi causa has de ser pero, sin embargo, vienes a entrar sacramentado en mi pobre morada para ayudarme a morir. Gracias, Dios mío.

 

 


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